Por Alberto Matos
Algunas bodegas destacan las características únicas del entorno que las rodea, otras vinculan su narración con actividades complementarias y otras tantas se retrotraen a lo más profundo de sus raíces… Y, lo que es más importante, todas ellas logran dejar una impronta emocional en quien escucha sus historias.
Carrascas, los versos del vino
La historia de Carrascas es una historia todavía inacabada. Pepe Payá, empresario alicantino aficionado a la cinegética, conocía la comarca albaceteña de Campo de Montiel, a los pies de la Sierra de Alcaraz, por su abundancia de caza mayor. Enamorado de la zona, decidía adquirir allí, concretamente en el término municipal de El Bonillo, una finca de 500 hectáreas que, conocida como Carrascas, se asienta sobre un altiplano a más de 1.000 m de altitud. Los terrenos albergaban un pequeño viñedo y, sin apenas saber nada de vino, construía en 2012 una bodega. Pronto se irían sumando nuevos cultivares de variedades blancas Viognier, Chardonnay y Sauvignon Blanc; y tintas de Tempranillo, Cabernet Sauvignon, Merlot y Syrah. La mayoría foráneas, pues la intención de Pepe era y es la de vender al mundo vinos reconocibles, de calidad y basados en el respeto al entorno.
Un entorno caracterizado, entre otras cosas, por la amplia diversidad de flora y fauna autóctonas. Animales y plantas a los que se ha propuesto rendir tributo a través de una nueva línea de vinos, que irá complementando a la gama original Carrascas. Y lo hará a través de los versos que irán apareciendo sobre las nuevas etiquetas, que se han estrenado con “El tomillo y el viento bailan” y que continuarán con otros como “Y solo cuando el río calla”, “Una sombra de ciervo avanza”, “Al cobijo de una gran sabina”, “La torpe avutarda descansa” y “Mientras cubre la luz tardía”. Versos que, combinados en cualquier orden, componen un alegórico poema.