
Por Alberto Matos, director editorial de Vivir el Vino
Pese a la que estaba cayendo, los negacionistas -con Miguel Bosé como cabeza visible mediática- calificaban de ignorantes a los que se creían sin ningún tipo de duda la existencia de la Covid-19.
Mientras tanto, los más ingenuos se empeñaban en divulgar que la pandemia nos iba a traer un cambio de era para el que ya no había vuelta atrás. Y no lo decían alineándose con aquellos otros, algo más fantasiosos, que aseguraban que, desde un punto de vista astrológico, habíamos pasado de la era Piscis a la era Aquarius y que este cambio nos iba a traer años de paz y armonía en lugar de, por ejemplo, la guerra que Rusia ha emprendido contra Ucrania. Lo decían en el sentido de que las restricciones sanitarias, entre otras cosas, habían dado un empujón irreversible hacia la transformación y digitalización de la economía.
Y, ciertamente, durante un tiempo fue así. Al menos en el sector del vino, que es el que mejor conocemos. Las ventas en el canal Horeca se desplomaron con la nueva realidad, y las de los comercios online se dispararon hasta niveles nunca antes conocidos. Las catas se hacían desde casa o desde la oficina a través de una pantalla, gracias a aplicaciones como Zoom, Meet, Teams o Skype.
Incluso algunas ferias, como la World Bulk Wine Exhibition, no dudaron en montar su propio espacio expositivo virtual. Otras surgieron alentadas por las circunstancias, como la My Online Fair o la Wine and Spirits Virtual Fair, que el año pasado celebraban su primera y segunda edición, respectivamente. La mayoría, por su parte, decidieron posponer sus convocatorias a la espera de tiempos mejores. Hasta el enoturismo se hacía virtual, a través de aplicaciones diseñadas ad hoc para recorrer a golpe de clic las diferentes estancias de las bodegas y sus viñedos.
Es verdad que estas soluciones improvisadas nos ayudaron a salir del paso, pero no se puede negar que dichos formatos aburrían al más pintado, que aprovechaba para dejar la conexión en un segundo plano mientras atendía otros asuntos, preparaba la cena o se levantaba para hacer pis. Quien diga que esto no fue así, ¡sencillamente miente! Y como somos animales de costumbres, el incremento de ventas online de vino no llegó para quedarse, como tampoco lo hicieron las catas, las ferias o el enoturismo virtuales. Todos ansiábamos retomar la antigua normalidad, no la nueva, que nunca supimos en qué consistía realmente.
Si las Fallas demostraron que podían trasladar su fecha de celebración en 2021, cambiando la semana de San José por la primera de septiembre, también lo podían hacer eventos como Fenavin, Madrid Fusión, Barcelona Wine Week, Alimentaria o el Salón de Gourmets. Y todos parecen haberse puesto de acuerdo para dar cita a expositores y visitantes más o menos al mismo tiempo, con apenas algunos días de diferencia en algunos casos. Un hecho que demuestra que la gente quiere hablar en persona, quiere sentir, quiere relacionarse, quiere saludarse… En definitiva, quiere contacto.
Como lo quieren las ferias que, por qué no decirlo, también admiten encantadas la falta de contacto -o el “contactless”- de las tarjetas de crédito, especialmente después del varapalo económico que les ha supuesto la cancelación de sus últimas ediciones.