
Por Alberto Matos
Pese al negacionismo de algunos líderes políticos, nacionales y extranjeros, el cambio climático es una realidad incontestable. Y si no que se lo pregunten a los viticultores de nuestro país que, sin apenas contribuir al calentamiento global con su actividad, son unos de los grandes perjudicados. Frente a este panorama, la adopción de prácticas sostenibles no es una opción, es una obligación.
"La vitivinicultura sostenible no es una moda pasajera; ha venido para quedarse”. La contundencia de este alegato podría resumir el último de los almuerzos de Vivir el Vino, celebrado, como es habitual, en el restaurante madrileño La Carlota – Las Salesas (Almirante, 11), en compañía de representantes de bodegas pioneras por sus prácticas sostenibles.
La Real Academia Española vincula el concepto de sostenibilidad “especialmente” con la “ecología y la economía” y lo describe como una acción que “se puede mantener durante largo tiempo sin agotar los recursos o causar grave daño al medio ambiente”.
Más allá de esta vaga definición, la sostenibilidad aplicada a la vitivinicultura no está articulada desde un punto de vista legal, por lo que su interpretación podría resultar en algunos casos ambigua. En España, el sello de Wineries for Climate Protection (WfCP) representa la primera y única certificación específica para el sector del vino en materia de sostenibilidad medioambiental. Desarrollado por la Federación Española del Vino (FEV), este distintivo tomaba forma a finales de 2014 con el objetivo de garantizar que las bodegas que lo portan actúan sobre cuatro pilares fundamentales: reducción de gases de efecto invernadero, gestión del agua, reducción de residuos y eficiencia energética mediante el uso de energías renovables.
Hasta la fecha, solo 20 bodegas están certificadas, si bien otras muchas, aun cumpliendo con los exigentes requisitos, no disponen ni del tiempo ni de los recursos necesarios para demostrarlo.
A grandes males, grandes remedios
El modo en el que las bodegas adaptan tanto su manera de trabajar como sus instalaciones para el desempeño de una viticultura sostenible depende, en cada caso, de las condiciones particulares de cada una de ellas.
Sin ir más lejos, entre nuestros contertulios, la bodega Fernández de Piérola (DOCa Rioja), perteneciente a Grupo Piérola, decidía apostar en su momento por la energía eólica con la adquisición de un aerogenerador que, a día de hoy, produce el doble de la energía que la bodega necesita.
Por su parte, en Tras las Cuestas (DO Ribera del Duero), también perteneciente al mismo grupo, la energía geotérmica ha sido la opción elegida para reducir el consumo de energías fósiles, mientras que en su recién estrenada Bodega FyA (DOCa Rioja), las necesidades energéticas se satisfacen mediante paneles fotovoltaicos.
Una solución esta última también compartida por otras bodegas como Finca La Estacada (DO Uclés), que también depura sus aguas para el riego y contribuye a la fijación de población en el entorno dando trabajo a medio centenar de personas tanto en la propia bodega como en su restaurante.
Igualmente se inclinan por la energía solar en Bodegas Ostatu (DOCa Rioja) que, al igual que Bodegas Caserío de Dueñas (Grupo Palacios 1894), aprovecha la biomasa que genera para la climatización de sus instalaciones.
No en vano, Grupo Palacios 1894, perteneciente a su vez a Grupo Acciona, fue declarado en 2016 como el primer grupo bodeguero en España neutro en carbono. Una distinción obtenida gracias a sus esfuerzos por reducir las emisiones de CO2 mediante el uso de electricidad de origen 100% renovable y por su gestión sostenible del agua. Eso es exactamente lo que hacen en Bodegas y Viñedos Viña Mayor (DO Ribera del Duero), donde además apuestan por la producción ecológica y por la selección de varietales resistentes a la sequía.
En esta misma línea, otras de sus iniciativas sostenibles incluyen la reducción del peso de las botellas, la unificación de cajas de embalaje y la reducción del número de tinas empleadas para la impresión de esas cajas. Ese es también el caso de Bodegas La Soledad (DO Uclés), una cooperativa integrada por 240 socios que, además, ha optado por desinfectar con ozono, desechando así productos contaminantes, y por el reciclaje de residuos mediante la instalación de un punto limpio en sus dependencias, disponible para todos los cooperativistas.
Algo similar a lo que por su parte hace Finca La Estacada, que hace un tiempo decidió adquirir dos prensas –una para cartón y otra para plástico- y que rentabiliza vendiendo sus residuos a empresas especializadas. ¿Por qué ser sostenible? La instalación de placas solares, aerogeneradores, plantas para el reciclaje de residuos, calderas de biomasa o depuradoras de agua supone una inversión que a muchas bodegas podría echar para atrás.
¿Por qué ser sostenible entonces? La respuesta, en este caso, fue unánime por parte de todos nuestros invitados. El vitivinícola es uno de los sectores económicos que menos contribuye al cambio climático y que, irónicamente, más perjudicado resulta, especialmente en países vulnerables como España.
Si las previsiones que estiman una subida de 4,5 ºC de la temperatura media mundial para el año 2100 se cumplen, prácticamente toda la viticultura de España estará abocada de manera inevitable a la desaparición.
Frente a esta situación, la sostenibilidad en el mundo del vino es interpretada desde un punto de vista “egoísta”, pues es mucho lo que se juega a largo plazo. Todos quieren proteger su medio de vida y, afortunadamente, la existencia de ayudas públicas y la derogación del denominado impuesto al sol en 2018 están contribuyendo a que las bodegas se decidan por la sostenibilidad. Eso y que, en realidad, el 100% del capital invertido se acaba recuperando en algún momento e, incluso, termina produciendo beneficios. Ser sostenible es, en definitiva, más barato que no serlo.
Sostenibilidad y mercado
A pesar de las desafortunadas declaraciones de algún que otro mandatario nacional y extranjero, con las que aseguraban que el cambio climático no es real o que, si lo es, se trata de un proceso natural que nada tiene que ver con la mano del hombre, la comunidad científica internacional es unánime y no tiene dudas al respecto.
Los propios viticultores también están siendo testigos tras comprobar cómo, entre otras cosas, tan solo en una generación las vendimias se han adelantado semanas en algunas zonas.
Asimismo, los diferentes movimientos de protesta en todo el mundo están logrando despertar la conciencia del ciudadano de a pie que, preocupado, cada vez está más sensibilizado con la necesidad de contribuir a frenar el cambio climático.
Esta tendencia contrasta, no obstante, con la escasa demanda de vinos sostenibles por parte del consumidor, no tanto porque su condición incremente necesariamente su precio, sino quizás porque apenas cuentan con herramientas que les ayuden a discernir entre los que los son y no lo son.
Una realidad de la que las bodegas se hacen responsables al admitir que tal vez no estén transmitiendo bien su mensaje más allá del enoturismo, a través del cual les resulta más sencillo comunicar las acciones que están realizando para ser sostenibles. Sin duda ayudaría a difundir este conocimiento el hecho de que las cadenas de suministro diferencien de algún modo los vinos sostenibles en los lineales.
Gonzalo Sáenz de Samaniego | |
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