Por Alberto Matos, director editorial de Vivir el Vino
Cualquiera que se dedique a esto del vino sabe cuáles son las virtudes y los defectos que definen al sector en España. Viticultores, bodegueros, distribuidores, exportadores, prensa, prescriptores… Todos sabemos que nuestro país es líder mundial en superficie de viñedo, y que nos encontramos entre los principales exportadores. También somos conscientes de que, pese a esa posición privilegiada, la facturación de nuestros vinos en el exterior está muy por debajo de la de nuestros competidores directos: Francia e Italia.
Y lo sabemos, más que nada, porque lo vivimos en primera persona y porque lo repetimos como un mantra cada vez que se nos presenta la ocasión. Sin embargo, estos y otros asuntos relacionados no habían sido recogidos nunca antes de manera conjunta en un único documento que, además, propusiera una serie de estrategias a seguir en el futuro inmediato para abordar las diferentes debilidades y fortalezas. A menos a nivel nacional, porque es cierto que algunas regiones productoras como Rioja lo llevan haciendo desde hace tiempo en función de sus necesidades concretas.
En este sentido, a finales del pasado mes de julio, la Organización Interprofesional del Vino de España (OIVE), hacía pública su “Estrategia del sector vitivinícola español 2022-2027”, en la que propone diferentes líneas de actuación para maximizar su potencial y minimizar sus problemas. En definitiva, resume el sentir de los diferentes agentes del sector basándose en sus propias experiencias e identifica, entre otras muchas cosas, obstáculos como el que representa la creciente sofisticación del consumo a la hora de seducir tanto a los nuevos consumidores como a los que son menos fieles.
Una barrera de entrada que he podido observar, sin ir más lejos, este verano en torno a una de las mesas del agradable wine bar de una bodega del sur de Álava. Uno de esos que últimamente se han puesto tan de moda en la zona. Senta - dos frente a unas vistas espectaculares, profesionales y profanos parecían hablar un idioma completamente diferente. Los primeros, emperrados en discutir sobre la presencia o ausencia de pirazinas en los vinos degustados –que no catados- en aquel ambiente aparentemente relajado, o sobre la normativa que en aquella región productora determina si un vino es de municipio o no lo es, o sobre lo atípico del envero este año, condicionado por las altas temperaturas y la falta de lluvias. Los segundos, coartados y visiblemente aburridos con la conversación, se mostraban temerosos de meter la pata con cualquier comentario que pusiera en evidencia sus limitados conocimientos vitivinícolas y se limitaban a beber, en pequeños sorbos, el vino de sus respectivas copas, como si de un elixir al alcance de muy pocos se tratara.
Esta anécdota es precisamente eso, una anécdota, pero extrapolable al conjunto del sector que, a veces, con una visión demasiado egocéntrica, parece olvidar que su producto va destinado a un consumidor al que hay que ponerle las cosas fáciles y no liarlo con historias que se le escapan y que, quizás, ni le interesan. Convendría empezar primero afianzando los conceptos más básicos. Así, por ejemplo, en su retransmisión de La Vuelta apenas unos días después de la mencionada velada, Televisión Española no habría rotulado los paisajes vitícolas de esa zona como pertenecientes a la Denominación de Origen Rioja Alavesa.