
Por Alberto Saldón, director de Marketing en Bodegas LAN, grupo SOGRAPE España
Dejamos atrás el verano, ese que empezamos con los chapuzones de junio, seguido por el abrasador mes de julio y por un mes de agosto que nos trajo las primeras uvas en muchas denominaciones de origen. Septiembre, además de la vendimia normalizada, trae un nuevo ejercicio en el que definir objetivos, nuevas ambiciones y retos.
Un folio en blanco en el que proyectar las oportunidades y nuestros propósitos para la nueva añada que se aproxima. Y cada año, en estas fechas, redactamos nuestra lista de deseos. Una hoja de ruta con la que mantener firme el rumbo de nuestras ambiciones, con la que medir el progreso en el camino y que consultar en los momentos de debilidad. Cada año, los diferentes organismos e instituciones que marcan los designios de la industria vitivinícola española trazan su ruta de intenciones y propósitos acorde a las oportunidades y retos del sector.
Da igual el tamaño del organismo o empresa/bodega, siempre es bueno realizar este ejercicio. Como cualquier otra industria, la vitivinícola tiene amenazas externas derivadas de la situación global: la guerra, el conflicto de la energía y el cambio climático, la sostenibilidad, el aprovisionamiento de materias auxiliares, etc. Pero además, en este contexto internacional, el sector del vino español tiene otras preocupaciones: el descenso del consumo, las políticas sanitarias y las restricciones publicitarias, la falta de conexión con públicos jóvenes y el aumento de la competencia con otras bebidas.
Estos, además de otros tantos más concretos de la propia industria española, son los retos a los que enfrentarse y a los que el vino español debe poner coto para lograr superar una crisis que lleva años lastrando una industria que aporta el 1% del PIB nacional. Al otro lado de la balanza, están las oportunidades que el sector debe aprovechar. En mi opinión, el primero de ellos, por el motivo de hacer más atractivo y rentable el negocio del vino, es el reposicionamiento del vino español tanto en el mercado nacional como internacional. Un reposicionamiento, que no será fácil ni acelerado, pero que nos permitirá trabajar en una imagen de país vitivinícola de calidad que genere inversiones, valor y rentabilidad. El turismo (también el del vino) y la gastronomía son palancas para afianzar esta imagen.
La I+D+i y la digitalización es otro billete para mejorar la promoción y ganar eficiencia en la batalla de la competitividad y productividad. Y por último, una oportunidad que canaliza todas las demás, la profesionalización de un sector que requiere como el comer, de profesionales formados, con ambición e ilusión a partes iguales para enfrentarse a un reto que debe llevar a nuestra industria al siguiente nivel, porque sino, quizá, no haya muchas más oportunidades de alcanzar las nuevas metas. Así que septiembre es mes de hacer deberes, de completar el folio en blanco con sueños y buenos propósitos para llevarlos a cabo.
Espero que las obviedades de esta tribuna ayuden a espolear sus pensamientos y estimulen su ambición por un país de vinos de calidad como es España. Si logramos, entre todos, mejorar el sector, llevarlo al siguiente nivel, haremos emblema de la marca España, seremos mejores, más rentables, atractivos, estaremos más preparados para competir y liderar el cambio y, además, mantendremos “vivos” territorios, costumbres y culturas que nos identifican y hacen únicos