
Por Santiago Jordi, elaborador y presidente de la Unión Internacional de Enólogos
Con la llegada del mes de diciembre, coincidiendo con las celebraciones navideñas, el consumo y, por tanto, el gasto, se dispara en la mayoría de los hogares españoles. Luego, cuando todo acaba, la mayoría de los mortales nos enfrentamos a la temida cuesta de enero, que en algunos casos se alarga hasta mitad de marzo e, incluso, vísperas de Semana Santa.
Y hasta que el consumo no vuelve a reactivarse, las empresas aprovechan para establecer objetivos y diseñar estrategias de venta junto a los equipos comerciales.
Mientras tanto, los vinos del año terminan de afinarse y se preparan para lucir nuevas añadas, a veces tan rápido que podemos encontrarlos en los lineales apenas dos o tres meses después de la vendimia. De este modo, el vino deja de ser un producto del año a ser un producto de flujo continuo siempre disponible. Al fin y al cabo, una bodega no deja de ser una empresa y, como cualquier otra, trata de posicionarse en el mercado con unos embotellados y unas elaboraciones singulares.
Y es también en este momento del año cuando, especialmente durante los meses de febrero y marzo, las bodegas comienzan sus labores de promoción, sirviéndose para ello, entre otras cosas, de concursos y salones de vinos. Unos negocios que también cuentan con objetivos propios que tratan de conseguir ganando prestigio y ofreciendo un largo recorrido.
Según lo hagan, las bodegas elegirán unos u otros, también en función de sus intereses, dependiendo de los mercados a los que se dirijan y la repercusión que pretendan alcanzar. Así, encontramos salones más locales o más internacionales, y lo mismo sucede con los concursos. La oferta es inmensa, por lo que las bodegas destinan partidas importantes de sus presupuestos a su participación, pues no cabe duda de que contribuyen positivamente a la consecución de los objetivos de venta.
Y entre estos salones, uno que gana cada año más fuerza es la Barcelona Wine Week, una feria generalista que ya se ha posicionado como un importante punto de encuentro entre productores y compradores. Y no solo en España, también internacionalmente.
Las bodegas ya no ven necesario salir fuera, a salones como Prowein, en Alemania, para vender. En Barcelona también pueden hacerlo. O en Ciudad Real, cuando se celebra Fenavin.
Ahora son los compradores internacionales quienes se desplazan hasta nuestro país para conocer de primera mano nuestros vinos, en su país de origen.
Estas son maneras de proceder que habitualmente se le escapan al consumidor medio, pero siempre viene bien que sepa cómo funcionan estas maravillosas empresas que tanto nos ilusionan con cada sorbo de vino.