
Por Alberto Matos, director editorial de Vivir el Vino
El sector del vino acaba el año como lo empezó: convulso y marcado por la incertidumbre... ¿Cuándo no?
Noticias como las que hace unos días celebraban que las ventas de vino se habían disparado en Estados Unidos durante las dos semanas previas a la celebración del Día de Acción de Gracias siempre suponen un soplo de aire fresco, pero no dejan de ser un espejismo. Y eso que el vino fue la bebida de preferencia para acompañar al pavo, muy por delante de la cerveza o los espirituosos. En realidad, la actualidad está marcada por otros acontecimientos más estructurales que no parece vayan a encontrar solución en el corto plazo.
Muchas bodegas -no todas, que también hay que decirlo- continúan arrastrando problemas de exceso de stock, especialmente de vinos de gamas más bajas que no pudieron ser colocados en el mercado durante la anterior campaña y que en esta tampoco lo tienen mucho más fácil. Sobre todo, en un contexto como el que estamos viviendo, en el que el consumo mundial continúa su desplome.
Según la Organización Internacional de la Viña y el Vino (OIV), en 2023 se consumió un 2,6% menos que en 2022, y un 7,5% menos que en 2018, unos porcentajes que nos situaron al nivel más bajo desde 1996. Y todo ello por culpa de una inflación disparada por las tensiones políticas internacionales y las perturbaciones en la cadena de suministro mundial que no ha hecho más que dar el golpe de gracia a unos bolsillos ya maltrechos. La buena noticia, si es que puede verse así, es que aunque el valor del vino demandado también cayó, apenas lo hizo un 4,7%.
El sector se enfrenta, en definitiva, a un problema de exceso de volumen en un contexto de consumo decreciente. La tormenta perfecta que en Francia ya están tratando de disipar mediante la autorización del arranque de hasta 30 mil hectáreas de viñedo. Una medida que el país vecino compensa con hasta 4.000 euros por hectárea y a la que, hasta el momento, se han acogido más de cinco mil viticultores. Por ahora, no parece que en España vayamos a ver algo similar, aunque buena parte del sector lo esté pidiendo. Quizás la baja producción registrada en esta última campaña, ocasionada esencialmente por unas condiciones climáticas desfavorables, se vea compensada con la producción más baja desde hace 60 años. Habrá que esperar.
Incentivar el consumo, siempre de manera responsable, parece ser el camino a seguir en el futuro más inmediato. Un objetivo nada fácil, sobre todo teniendo en cuenta la campaña que, desde el seno de la Unión Europea, algunos países están poniendo en marcha para penalizar de alguna manera el consumo de alcohol.
Otra opción es hacer caso a las recomendaciones del ministro de Agricultura, Luis Planas, y elaborar “vinos con menor contenido alcohólico, blancos y espumosos, y también desalcoholizados, en respuesta a lo que ahora piden las generaciones más jóvenes”.
Lo preocupante, en cualquier caso, es que esta situación se está cronificando y nadie tiene la clave de cómo revertirla.